Desde aquí siempre he contemplado aquel lugar. Había tanto azul sobre mi cabeza… Y me llamaba mucho la atención el singular dibujo en el que acababa ese cielo. Una extraña silueta formada por montañas insinuantes. Y volaba mi imaginación hasta aquel lugar. Siempre soñé traspasar aquellas montañas, escalarlas hasta lo más alto y descubrir qué había de más, al otro lado de ellas. Soñaba y soñaba hasta que empañaba el cristal y mi frente y mis manos imprimían una inocente huella que manchaba la ventana que mi madre limpiaba con tanto empeño. Y es que el tiempo iba pasando, y aquel vaho se iba volviendo inerte. Mi madre, harta de que siempre volviera a ensuciarlo, limpiaba con menos frecuencia, y aquellas marcas que reflejaban mi aliento, mis ideas y mis manos, ya formaban parte de aquel vidrio, al igual, que éste formaba parte de mí. Y como digo, allí me pasaba horas muertas. Observando, pensando, viajando por mi mundo de ilusión. Mi momento de intimidad. La ventana era mi única confidente leal.
Dentro, las cosas eran diferentes. Siempre escuchaba a mis
padres gritar y discutir. Sí, gritaban y discutían. Mañana, tarde y noche. Y yo
hallaba mi tranquilidad allí sentada, construyendo mi propia realidad, ajena a
todo aquello.
Me imaginaba cómo sería mi vida… Una casa grande, uno o dos
animales en casa, un trabajo maravilloso y, por supuesto, muy feliz. Y, aunque
soñaba también con cosas materiales, no me preocupaba el dinero, de hecho, no
entendía muy bien cómo los ricos no se aburrían de tener tanto dinero. Yo sólo
quería ser feliz, tener una casa grande al otro lado de aquellas montañas y
nunca, nunca jamás, dejaría que mis horas pasaran entre gritos y peleas.
Y con el tiempo crecí y fui dejando eso atrás. Descubrí que
cuanto más grande se hace alguien, más pequeños se vuelven aquellos sueños que
parecían fácilmente alcanzables. El viento se lleva aquella ilusión que te
hacía sonreír y entonces olvidas esa promesa que te hiciste en algún momento, a
ti mismo, de ser feliz para siempre. Comienzas a preocuparte por el dinero.
Necesitas trabajar, porque necesitas tener dinero. Y, si en algún momento,
deseaste tener una casa, ahora necesitas la casa y la necesitas porque te lo
dicen los demás. Pero, antes de todo eso, necesitas elegir. Así que hasta los
20, nos pasamos los años eligiendo. Y después de los 20, también. Hay que elegir un camino, una vida, un
estilo, un futuro… pero… no puedes elegir lo que realmente quieras... Porque
nadie te pregunta ¿qué es lo que quieres? Sino que, simplemente, te exigen que
elijas y que lo hagas entre ciertas opciones que alguien, no se sabe quién, ya
ha seleccionado para ti. Así que la elección es obligatoria porque te lo
exigen.
Entonces, aterrizas de ese vuelo fantástico, que te
trae desde la infancia a tu presente, y lo haces bruscamente. Te olvidas de esa
inocencia, abandonas esa capacidad de abstracción y tu cabeza se vuelve hueca. Sólo piensas en lo que oyes y en lo que ves y no te paras a pensar si esas
elecciones las has hecho por iniciativa propia o por coacción… Pero, entonces, llega
un día en el que, de repente, recuperas la conciencia. Hasta ese momento, ni si
quiera era tu imagen la que se reflejaba en el espejo, porque simplemente, no
estás...Y en ese instante en el que vuelves a pensar, te sientas de nuevo en aquella ventana, con la cual, ya has perdido la confianza que habías logrado tener, y te preguntas… ¿Es esto lo que yo realmente quiero? Y la respuesta la hayas mirando de nuevo tras ese cristal…
2 comentarios:
Guauu
te felicito esta bien redactada con una expresión de lo mas agradable y lo mas hermoso fue que me sentí identificada con cada palabra,verso y párrafo que escribías
Publicar un comentario