jueves, 6 de agosto de 2009

Tú, ese ser que se cruzó en mi vida, una mirada, una sonrisa, tú. Si, eso es, un alma flotante que un día se tambaleó en el aire, esa brisa, ese olor, tú. Entraste en mi vida, tú.

Una llamada, un instante y una eternidad de dolor, tú. Incertidumbre, angustia, insomnio, tú, otra vez tú.

Yo, cuando hice coincidir tus ardientes pupilas con las mías, éramos tu, yo. Esas tímidas palabras, palabras dichas, y las que quedaban por decir, pero entendidas con tan solo una mirada; la tuya, la mía. Aquellas mañanas en las que la brisa olía a ti, en las que despertaba junto a ti. No tenía miedos, ni temores. Porque estabas tú. Una playa, un amanecer, tú y yo…

Recuerdos, sí, eso es.

Una llamada, un instante y una eternidad de dolor, tu. Incertidumbre, angustia, recuerdos, tú y yo…

Yo, que por callar, he pecado; que por creer, me he cegado.

Yo, que por andar, me he caído; que por correr, me he tropezado.

Se que errores tuve, se que he fallado, pero éramos tú y yo.

Ayer me llamaste, decidiste alejarnos el uno del otro. He tenido que separar lo que es tuyo de lo que yo quisiera conservar. Y te diré cuales son mis bienes más preciados, y qué podrías tú llevarte, tú…

Yo quiero conservar aquel asombro, aquel aire frío y cálido al mismo tiempo, de la primera vez que te ví; el suave aroma que dejabas grabado en mi mente, cada vez que te acercabas a mí, cuando yo no me atrevía aún a dirigirte la palabra; aquella vez que fuimos a comer con los amigos, y tú me pediste que me sentara a tu lado; el gesto de tu cara cuando te dije que me gustabas; la promesa que me hiciste al decirme que nunca dejarías de quererme; la grandeza que sentía cada vez que te veía aparecer por la puerta; aquella fría y lluviosa tarde, en el que nuestro único plan era, ir a la playa y disfrutar juntos el caer de las gotas; y sobretodo, el tiempo… Las horas que he pasado contigo, o simplemente, soñando y pensando en ti… Tú, yo…

Después de todo, son eso, recuerdos, en este momento, mi mayor riqueza. Y tú, tú puedes quedarte con todos los incómodos y fríos silencios; con la rutina, aburrida y molesta; los reproches; el vacío y la soledad, cada vez que tú tardabas en llegar a casa; las mentiras, los gritos, las peleas… Y por supuesto, cualquier objeto de valor que hayamos compartido, puedes quedártelo tú, porque solo son eso, objetos.

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